Seguidores

martes, 7 de septiembre de 2010

Cuento :" Una siesta calurosa ". Por Gabriel De Biase.


Mi amigo Gabriel, gentilmente me ha enviado este hermoso cuento. Espero que les agrade.


Una siesta calurosa (1ra parte)
- Javier... Llamó tu tío Carlos, dice que quiere que lo llevés a pescar el domingo... ¿te vas a quedar en el patio un rato más o vas a venir a dormir la siesta?
- Si no te molesta preferiría quedarme un rato más, amor. Después voy...
Mi esposa se fue a descansar y yo quedé debajo de los sauces. Eran las dos de la tarde y estaba caluroso. El cielo era de un azul casi impensado. Estaba sentado en un sillón hamaca en el patio trasero de casa admirando mi auto que estaba dentro del galpón del fondo.
Nunca entendí por que esa fascinación mía por las Bugattis. Su sonido, su color, esa sensación al manejarlas. Siempre, desde niño me atrajeron y sentí que era lo único que quería tener, y todo lo que hice en mi vida fue con el fin de, algún día, poder tener una. Mis estudios, mi profesión, todo.
Mientras reflexionaba sobre aquello se me vino a la memoria aquel día. De pronto recordé eso que me juré nunca más traer del mundo del subconsciente. Eso que ni siquiera había contado nunca a Sonia, mi esposa. Esa siesta de hace unos años cuando ocurrió lo que me ha atormentado hasta el día de hoy...
La hierba pasaba rauda a mis lados y la brisa en el rostro apaciguaba un poco todo el calor que salía del motor del auto. El camino, a pesar de ser de tierra, estaba muy bien conservado. Este tipo de caminos tienen un encanto especial ya que el auto tiende a irse de lado cuando se toma una curva con algo de velocidad y es ahí donde se ve la pericia del conductor. Sentir el vehículo deslizarse lateralmente con la cola yendo hacia la parte exterior de la curva, tratar de seguir su trayectoria. La sensación en el estómago por intentar llegar hasta el límite pero sin pasarlo.
Esa tarde no iba tan lejos de los cuatro primeros, una Ferrari 250 GT del ´61, dos Porsche 956 y un Jaguar E-type V12. Además, llevaba cierta ventaja del resto pero no debía enloquecerme, no era una carrera de velocidad sino de precisión y debía respetar los tiempos de cada etapa, hasta podría mejorar mi ubicación si el Bugatti Type 37 “A” que conducía seguía comportándose de la misma manera. La había restaurado yo mismo y era la primera vez que la probaba en una competencia así que ¿qué más podía pedirle?... pues si, algo podía pedirle... que continúe así hasta terminar la competencia.
El paraje me gustaba y si bien yo me había criado hasta los dos años en el campo, el resto de mi vida había transcurrido en la ciudad. Sin embargo sentía algo especial por aquel lugar tan alejado de casa, que conocía por primera vez. Era extraño pero lo sentía como mi hogar. Me sorprendí a mi mismo pensando que quizá en otra vida estuve relacionado con él y la idea me causó gracia porque nunca creí en esas cosas, más relacionadas con oriente que con Argentina.
No iba primero, no, pero tampoco importaba porque era una carrera de regularidad. A unos ciento cincuenta metros, dentro de la nube de polvo que levantaba mi auto, se escondía un grupo tres Alfas y a cierta distancia de éstas venían los demás. Bugattis, un Lancia Fulvia 1.6 HF Lusso, Alfas, MGs, un hermoso Bentley 4 ½ litros del ´29 y una decena de espectaculares autos cerraban la caravana.
Volví a posar mis ojos delante y pude ver la larga recta, de unos seiscientos metros, que remataba en una curva de noventa grados a la derecha. Los autos que iban delante de mí doblaron allí y se internaron en un montecito de eucaliptos de no más de 3 Has. Treinta metros antes que salieran de éste se encontrarían con otra curva a noventa grados pero esta vez a la izquierda que desembocaba en un puentecito angosto. Eso era lo que indicaba la hoja de ruta pero aunque parezca raro, yo de alguna manera ya lo sabía. Era como si siempre hubiera vivido allí. Hasta era capaz de imaginarme lo que vendría después del puentecito.
El corazón comenzó a latir cada vez más rápido y la respiración se me aceleró. Sin darme cuenta, quizá por una mezcla de ansiedad y curiosidad, comencé a acelerar. En un instante estuve dentro del monte y cuando salí de él y me preparé para cruzar el puente de madera. Al doblar hacia la izquierda me encontré de repente dentro de un banco de niebla, tan denso, que ni siquiera podía ver la trompa del auto ¿De dónde había salido esto? La sensación de no tener ninguna referencia del camino ni de los árboles u otros autos me dio pánico pero así como entré en él, en un segundo estuve fuera.
Los autos que venían punteando ya no se encontraban en el camino y al mirar hacia atrás no había ni rastro de los otros vehículos. El paisaje era el mismo pero a la vez no. El puente y el monte eran distintos, algo había cambiado. Al mirar hacia delante vi sólo una larga recta entre campos sembrados de trigo.
A lo lejos, sobre el camino divisé una granja y apuré la marcha. La ansiedad por saber que pasaba me estaba matando.
Unos metros antes de llegar comencé a levantar el pie del acelerador y frené bruscamente cuando alcancé la entrada, la Bugatti dio unos coletazos y se detuvo.
Me bajé del auto y caminé hacia la casa. Allí se encontraba un niño. Pasé a su lado y le acaricié la frente. Llamé pero nadie salió. Miré por los alrededores pero nadie parecía encontrarse allí, sólo ese niño. Suspiré, me despedí de él y decidí continuar en busca de ayuda.
Me subí y seguí avanzando por el camino para tratar de encontrar a alguien pero en estas siestas de verano es difícil que alguna persona asome la nariz fuera. De repente comenzó a soplar un fuerte viento levantando grandes cantidades de polvo. No podía ver nada y la tierra me obligó a detenerme.
Cuán grande fue mi sorpresa cuando se detuvo. ¡No podía creerlo! ¡Estaba detenido nuevamente al finalizar el antiguo puente de madera!
Miré hacia adelante con recelo esperando ver allá a lo lejos la granja en la que me había detenido pero sólo había allí campos yermos... Tuve que salirme del camino pues los competidores que venían detrás casi me atropellan. Uno de los competidores se detuvo un instante, -¡Hey, Señor Curto! ¿está todo bien?
-Si... si, seguro..., seguí o no te van a dar los tiempos de la etapa y te van a descalificar. Seguí, no hay problemas...
Los autos siguieron su camino. Durante unos segundos quedé allí sin poder reaccionar, no sabía que pensar. Sólo atiné a seguir adelante y juré hacer de cuenta que esto nunca pasó. Tenía miedo que me tomaran por loco. ¡Si ni siquiera yo podía creer lo que me había sucedido! Quizá no fue más que un sueño, o a lo mejor me desvanecí a causa del calor. No lo sé, creo que nunca sabré que me ocurrió aquella siesta.


Una siesta calurosa (2da parte)
Ese era un día de verano como tantos otros. Hacía calor, el sol calentaba tanto que no se podía respirar. Era la hora de la siesta, Javier, de un año de edad, estaba sentado bajo la galería del frente de la casa cuando algo lo sacó de su mundo de niño y lo hizo mirar hacia el horizonte.
El ruido del motor le llegó desde lejos, como todos los sonidos en el campo. Era una máquina esbelta, de esas que no se veían a menudo por allí. Estaba pintada de Azul Francia, pero él no sabía de esas cosas.
Venía a gran velocidad y alguien que no conociera de autos diría que casi era imposible que “esa cosa” corriera así. Unos cien metros antes de llegar a la casa comenzó a mermar la velocidad y en los últimos tramos dio algunos coletazos, como los peces que pesca el tío Carlos.
Cuando por fin detuvo su marcha junto a la entrada, bajó un individuo vistiendo una ropa que podría haber sido del mismo color del auto, de no ser por la capa de tierra que lo cubría. Se quitó lo que tenía puesto sobre la cabeza y se dirigió caminando con paso dubitativo hacia el niño. Javier siguió al adulto con la mirada. No era su papá ni el tío Carlos ni nadie que él conociera pero sin embargo sintió algo familiar hacia ese extraño que lo hizo estremecer. Oyó que gritó algo pero no entendió ya que hablaba en ese lenguaje que usan los grandes.
El señor dio la una vuelta y volvió a decir algo ininteligible pero esta vez dirigiéndose a él. Luego subió a su máquina y siguió su camino.
Javier no sabía lo que esa cosa era. Lo que sí sabía era que lo sintió. ¡Ese sonido, ese color, esa velocidad! Ir allí debía sentirse tan bien como cuando él soñaba que volaba y de repente supo también que eso era lo que más quería tener en su vida.
En eso apareció su papá desde detrás de la casa con alguien que siempre le regalaba los caramelos que a él más le gustaban.
- No hay problema Don Curto, creo que el camión va a poder cargar todas sus cosas. Después de todo es nuevo, lo compré cero kilómetro hace tres años.
- Es cierto Juan, esos modelos del año ´50 salieron bastante buenos.
- ¿Así que ya alquiló casa en la ciudad? ¿Está seguro que quiere dejar el campo para irse a probar suerte allá? La gente de esos lugares no es como la de acá.
- La verdad es que la idea no nos convence mucho a Marta y a mí, pero la granja no da para más y tenemos que pensar en el futuro de Javier.
- Seguro... bueno, hasta mañana entonces, conviene comenzar a cargar temprano para terminar toda la mudanza antes del anochecer.

Una siesta calurosa (3ra parte)
- Javier, despertáte, te quedaste dormido...
- Ah... uh, si, ahora voy amor... eh... Sonia, querida, hay algo que quiero contarte, algo que pasó hace mucho tiempo y nunca me animé a decirte...
- ¿Se trata de alguna mujer?
- ¿Eh? ¡Nooo!... Ja, ja, ja, algo aún más complejo y menos divertido. Vamos adentro y te cuento todo mientras me haces unos mates ¿querés?...

FIN

No hay comentarios: