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lunes, 28 de febrero de 2011

Nunca taxi… Por Hernán Charalambopoulos.

Esta mañana tuve un papel protagónico en una de las escenas más descriptas en las reuniones, mitines, carreras, o cenas de clubes: Ir a ver un auto…
Todo comenzó gracias a la muy buena voluntad y predisposición de un amigo que sabiendo de mi estado de ansiedad por dar con una “Getevé” hizo un par de llamadas, encontrando más de una oreja amiga del otro lado de la línea. Luego del tercer intento, colgó y mostrándome su amplia sonrisa me dijo: “La traen en estos días. Te aviso”.
Con mi cerebro trabajando desde hace rato en la zona roja del tacómetro, esa era la peor de las respuestas que me podía dar, y lo único que logró fue prolongar la agonía, haciéndome dar vueltas en la cama por las noches, como a un pollo en plena prueba de calor dentro del spiedo… Mi pobre almohada cansada de los cabezazos que ligó en los últimos días, se resignó y esperó como tantas otras veces que pasara la tormenta.
Ayer por la mañana cuando la paz se había adueñado de mis sentidos y me encontraba vibrando en una frecuencia bien distinta a la de las últimas noches. Sentado en un coqueto barcito, y repasando los títulos del Olé, me ví entrándole sin piedad a un muffin de arándanos, cuando inesperadamante sonó el celular: “Ya llegó, vamos a verla. Te espero allá”. Esa frase sonó como una contraexplosión, y retumbó en toda mi cavidad craneana, reverberando como solo la imagen de un oasis puede hacerlo en medio del desierto, allá a lo lejos y siempre presente, aunque difícil de alcanzar. “Dame media hora” respondí, e inmediatamente cancelé todo lo que tenía programado para la mañana, borrando de un plumazo mi conducta y responsabilidad a la hora de sentarme a trabajar. “Es por una justa causa” me susurraba el diablito…
Para ambientar la escena, queda solo decir que este auto tiene una gran historia, y es famoso al menos entre los conocidos, quienes asado de por medio me aconsejaron vivamente su compra. Hablando mi amigo con su penúltimo dueño, este le refirió que el auto “estaba inmaculado y que solo había que cambiarle los aros”. Al hablar con el señor que lo vendía, su versión fue: “Hay que hacerle solamente los retenes de válvulas, ya que humea un poquito” Primer señal de alarma no escuchada por el diablito que a toda costa quería encarar para la agencia…
Nos citamos con mi amigo delante del auto como para no llegar solo, y honrar su gesto de interceder ante el vendedor, quien sobre la pregunta acerca del precio me había dicho el día anterior “ No se…pero lo quieren vender rápido, así que tranquilo…” Segunda señal.
Me bajé del taxi (la impaciencia era mucha como para masticarla arriba del 84) y encaré hacia el lugar, en donde yacía solitaria, una Getevé roja en la vereda. Ejem….
Debo reconocer que no soy fácil a la hora de mirar un auto y que tengo cosas muy claras que son para mí innegociables: Las líneas deben ser perfectas, y tanto superficies como reflejos de la carrocería no deben presentar saltos o desvíos significativos. Paso siguiente, tomo un imancito de heladera y empiezo a tirárselo desde la zona media hacia abajo. Si el imán no se pega, es porque no hay chapa, y si no hay chapa, quiere decir que hay masilla, y si hay masilla…Bueh, ya sabemos…
Luego paso al interior, que no debe presentar alteraciones, ni reparaciones, y en lo posible conservar dignamente su forma, textura y color. Solo después de ello, me fijo en los detalles mínimos y si pasa la inspección, llamo a mi mecánico, y el me dirá si vale la pena o no la compra. Prefiero un casco derecho con toquecitos y raspones, antes que una banana masillada y toda lustrada. ¿Vamos bien? O sea que la prioridad la tiene la carrocería e interior, siendo la mecánica lo menos trascendente a la hora de decidirme, salvo escandalosas exepciones,claro…
Terminada la explicación de mi rutina a la hora de visitar un auto, nos sumergimos nuevamente en la escena:
“Flaca, fané y descangallada, la vi esa madrugada, salir del cabaret…” No se porqué pero la letra de ese tango fue lo primero que me hizo contacto cuando vi la sufrida silueta del objeto en cuestión: Faldones delanteros torcidos y pintados de color carrocería (son negros, aquí eran rojos), chapón delantero martillado y repintado, por ende desencuadrado. Como consecuencia lo que va allí montado, o sea parrilla y faros, nunca estarán derechos. ¿No? A esto le sumamos una horripilante goma negra comprada en Warnes en lugar del riguroso negro pintado en la ranura central del paragolpes y nos vamos haciendo una idea de lo que tenemos entre manos. Volviendo a la parrilla, esta era del 1.6 y no del 2.0, y además tenía el triángulo un poco torcido, lo que sumado al estrabismo de los faros, no daba un panorama alentador para lo que vendría….
“No importa” me decía el diablito, “Seguí mirando. Vas a ver que está buena”. Levanté la mirada como buscando recuperar la confianza y noté algo en las zonas bajas. Lo único que vi fue un estribo que se retorcía peligrosamente, cambiando su sonido al tacto a medida que nos acercábamos a los pasarruedas delanteros. Las líneas de las puertas, tanto medias como bajas, habían sufrido un ligero restyling por parte del “artista” de turno, dándole una imagen de lo más particular. Al asomarme para chequear la zona posterior, veo un “Pallett” de madera de un metro y medio por uno y medio apoyado sobre la chapa para tapar la patente y evitar la multa de rigor… Sin ser un exquisito, se me ocurren otras formas más delicadas de tapar una patente. ¡¡¡Es como matar una mosca con un Kalashnikov !!!
Luego de constatar un lindo bollo con saltadura de pintura incluido en la zona izquierda, levanté la alfombra del baúl y noté que no solo carecía de rueda de auxilio, sino que además la pintura estaba “gordita”, hinchada, y hasta agrietada en algunas zonas en donde se asomaba el óxido, que saludaba alegremente al valiente de turno. Tener amigos médicos me hizo recordar que por suerte hace pocos meses me instaron a renovar mi vacuna antitetánica, con lo que la imagen descripta no representaba peligro alguno para mi integridad física.
Eso me dio nuevos bríos para seguir escarbando, pero la incómoda presencia del “pallett” me lo impidió. Ya con pocas ganas de continuar, aunque movido por una gran curiosidad, asomé el hocico en el habitáculo nomás para confirmar lo que había presentido: Butacas delanteras mal retapizadas, paneles de puerta hechos a nuevo sin respetar el dibujo original, y además perforados para alojar sendos parlantes pequeños, cuyos hermanos mayores reposaban plácidamente en la bandeja posterior mutilada para la ocasión. Pomo de cambio de Fiat Palio, y una extraña forma de la consola baja, remataban un panorama poco alentador. Faltaba todavía la mecánica …
Antes de pasar a los fierros, mi amigo me presenta al empresario, quien comienza a hablarme de las bondades del aparato que me quería embocar, y yo emulando al gran Nicolino, con sutiles pero efectivos golpes de cintura iba esquivando y retaceando respuestas a sus categóricas afirmaciones. Ni me animé a levantar la alfombra del piso por piedad hacia el pobre auto que nada había hecho hasta ese momento para ganarse mi antipatía. Mientras este señor pontificaba sobre las infinitas virtudes del auto, y luego de comentarme que estaba parado hacía dos años (a los que respondí tragando una enorme bola de saliva), le pedí amablemente un imancito de heladera, ya que al encontrarme en la calle cuando recibí la noticia de la visita, no pude agarrar el mío de casa. “Para que lo querés?” indagó el sujeto… “Para ver cuanta masilla tenemos en las zonas bajas” contesté. “ Todos lo autos tienen masilla, y mas éste que fue repintado” “Cuando pintás un auto, le tenés que poner masilla” contestó el experto desde el Olimpo.
A esta altura, empecé a preguntarme si en verdad tengo cara de p…tudo (perdón por la expresión), o era nomás esta persona que se estaba aprovechando de mi aplomo en este tipo de situaciones. Terminada la lección sobre el tratamiento de superficies del automóvil antes de su pintado final, y sintiéndome el peor de sus alumnos, le pregunté al erudito si me podía decir el precio del áuto.
“Mirá, una Getevé vale 18 o 19 lucas (verdes)”. Este auto con una afinadita y cuatro gomas (cinco porque no tenía auxilio…) queda como nuevo, así que estoy pidiendo catorce y medio. Es una oportunidad”. En ese momento toda la educación recibida por mis padres se cruzó entre mi ser y la cara de piedra que hablaba. Odié ser tan recatado, ya que me hubiera gustado ser un poquito más animal para poder expresarme libremente y luego de desbarrancar todo el árbol genealógico de la familia del erudito, seguir con la descendencia (a cuenta) y terminar con su persona.
Llevé mis huesos hacia la vereda, en donde la pobre Getevé yacía enferma, y con sus ojitos torcidos me miraba como diciendo “ Si, si…ya se lo que pensás…No me lo digas que me lastimás…Yo hago lo que puedo”. Saludé de la mejor manera que pude al vendedor, y junto a mi amigo emprendimos el regreso durante el cual me confesó que el no había visto el auto antes, como pidiendo disculpas por algo que en verdad fue un acto de lo más noble: Darme una mano para cumplir un viejo anhelo.
Nos saludamos, y esta vez si, subido al 84 pensé que esto es un partido perdido. Comencé a imaginarme manejando otros autos, y no acariciando el volante de uno de los juguetes que más he deseado desde aquel primer encuentro en el puerto del Pireo hace ya más de treinta años.

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